Es curioso cómo asociamos la
inteligencia a actos no honorables, vandálicos, delictuales o criminales. Quién
no ha escuchado frases como la “pillería” del chileno o ese fulano es astuto
para robar: nunca lo pillan, o ese psicópata es muy inteligente, ya que
manipula a todos alrededor para lograr sus objetivos o ese asesino en serie es
un genio: ha matado a cientos y no lo han atrapado.
La inteligencia se define
—oficialmente— como la capacidad para tener pensamiento abstracto, entendimiento,
auto-conciencia, comunicación, razonamiento, aprendizaje, conocimiento
emocional, memoria, planificación y resolución de problemas. De este término y
definición han salido conceptos revolucionarios como inteligencia emocional o
inteligencia corporal. A mí también me gustaría aportar con mi grano de arena
al conocimiento y mostrarles una nueva forma de ver las cosas: la inteligencia
moral.
Nosotros somos bien especiales.
Cuando vemos a alguien que hace las cosas de forma correcta, en vez de celebrarlo,
tendemos a pensar que son menos inteligentes que el resto, que son mensos.
Cuando alguien se demora, pero obtiene sus ganancias de forma honesta es tonto,
o “pavo” en buen chileno. ¿Por qué no infringe un poco las leyes? ¿Por qué no aprovecharse un poco? ¿Para qué ser tan
ético?
Si un alumno hace todas sus tareas,
no copia en las pruebas, asiste a clases, es responsable, entonces algo malo
debe haber en él. “Hagámosle bullying”,
dirán sus compañeros. Si un trabajador no “saca la vuelta”, no se aprovecha del
empleador, no tira licencias falsas o exageradas, entonces se le dice
chupamedias. Si ese pololo es fiel, entonces no está disfrutando “a concho” su
juventud porque disfrutar es —supuestamente— engañar a tu pareja. Si esa polola
es tierna, entonces es servil y machista porque la mujer debe mandar en la
relación, no puede ser cursi ni decirle cosas bonitas a su pareja.
Yo no digo esas frases. Yo postulo que
obrar bien es otro tipo de inteligencia: la inteligencia moral; la inteligencia
de hacer las cosas correctamente, según la propia conciencia. No hablo de
dejarse guiar por otros, sino de cumplir con ese imperativo moral interno que
todos alguna vez hemos sentido. Ese sentido de bien, de justicia, de amor.
Tal vez deberíamos recordar las
palabras de un viejo filósofo llamado Kant que decía que no usáramos a las
personas como medios, sino como fines en sí mismos. Esa es la moral que nos
hace libres… Y yo agrego que nos hace más inteligentes.
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