Mientras vemos ciertas emociones a las cuales esta sociedad defiende,
existen otras a las cuales debemos evitar. Podríamos decir que hay emociones
aceptadas y emociones prohibidas. ¿Por qué se ve la tristeza, la ira y el miedo
como emociones intrínsecamente negativas? ¿Quién determina qué emociones son buenas
y cuáles malas? ¿No son más bien nuestras acciones públicas aquellas
susceptibles de recibir un juicio moral? ¿Qué tanto daño nos ha hecho el
privarnos del sentir? ¿Qué responsabilidad tienen las empresas y los medios en
ello?
La tristeza no se acepta porque se dice que te hunde, que te aplasta, pero
sin ella no podríamos realizar meditaciones más profundas. No es lo mismo
pensar cuando se está triste que cuando estamos dichosos y adrenalínicos. Sin
tristeza, tal vez, no podríamos hacer introspecciones tan acuciosas. Van Gogh
no podría haber pintado aquellos hermosos cuadros inspirándose solo en el
júbilo.
Que los empleados estén tristes no les conviene a los empresarios porque
causa que se tenga menos fuerza para realizar actividades como ir a un trabajo
tradicional, por esta razón los jefes dirán cosas como “arriba el ánimo”,
aunque estés sufriendo un problema muy serio o alguien de tu familia tenga una
enfermedad catastrófica. Un jefe dirá algo así como “los problemas se dejan
afuera” (como si fuéramos robots a los cuales se pudiera programar y pudiéramos
poner en off un sentimiento). Probablemente por ello llegó a ser considerada
una enfermedad cuando la tristeza se prolonga en el tiempo (depresión), no
obstante, tengo mis dudas de si realmente es algo tan improductivo. Los
cantantes toman esos sentimientos y los transforman en canciones: ellos
repletan estadios y amasan grandes fortunas. ¿Por qué? Por la sencilla razón de
que se atreven a decir lo que todos sentimos, pero no nos atrevemos a decir.
Por otro lado, religiosos y políticos, que son los íconos de las
normativas, no convocan a las masas ni llaman a grandes conglomeraciones hoy en
día. ¿Por qué? Están totalmente reprimidos. Sus palabras apenas se oyen. Están
llenos de reglas y protocolos, por eso ya no se les logra escuchar. Nadie hoy
quiere ser político ni pertenecer a alguna religión porque aquellos que
pronuncian los discursos lo hacen de acuerdo a un sistema maquinario,
automatizado y estudios de marketing.
Afuera quedó la autenticidad y la vida misma.
Mi llamado entonces es a que no censuremos lo que sintamos. Todos hemos
sentido tristeza y amargura. Lo que hagamos con esas emociones será lo que nos
determine como personas, pero el sentir no debería tener un juicio moral, tampoco
el decir lo que se siente. No se trata de que si estamos enojados vayamos y
matemos a alguien, pero sería mucho más útil si, en vez de reprimir esa
emoción, fuéramos y le dijéramos a esa persona por qué estamos molestos.
Probablemente se llegaría a un acuerdo.
Las emociones son parte del alma, hoy estamos amputando los brazos y
piernas del alma al no aceptar nuestros sentimientos. Es mejor que dejemos
aquella creencia de que los sentimientos son malos per se. Empecemos a usarlos para el bien y aprovecharlos, tal cual
nos sirven nuestros brazos para sostener a una persona que rescatamos o
nuestras piernas para caminar, correr y practicar deporte. Los sentimientos son
partes fundamentales del alma, no las inutilicemos sin motivo.
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