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03 marzo, 2012

No mutilemos nuestra alma


Mientras vemos ciertas emociones a las cuales esta sociedad defiende, existen otras a las cuales debemos evitar. Podríamos decir que hay emociones aceptadas y emociones prohibidas. ¿Por qué se ve la tristeza, la ira y el miedo como emociones intrínsecamente negativas? ¿Quién determina qué emociones son buenas y cuáles malas? ¿No son más bien nuestras acciones públicas aquellas susceptibles de recibir un juicio moral? ¿Qué tanto daño nos ha hecho el privarnos del sentir? ¿Qué responsabilidad tienen las empresas y los medios en ello?


La tristeza no se acepta porque se dice que te hunde, que te aplasta, pero sin ella no podríamos realizar meditaciones más profundas. No es lo mismo pensar cuando se está triste que cuando estamos dichosos y adrenalínicos. Sin tristeza, tal vez, no podríamos hacer introspecciones tan acuciosas. Van Gogh no podría haber pintado aquellos hermosos cuadros inspirándose solo en el júbilo.

Que los empleados estén tristes no les conviene a los empresarios porque causa que se tenga menos fuerza para realizar actividades como ir a un trabajo tradicional, por esta razón los jefes dirán cosas como “arriba el ánimo”, aunque estés sufriendo un problema muy serio o alguien de tu familia tenga una enfermedad catastrófica. Un jefe dirá algo así como “los problemas se dejan afuera” (como si fuéramos robots a los cuales se pudiera programar y pudiéramos poner en off un sentimiento).  Probablemente por ello llegó a ser considerada una enfermedad cuando la tristeza se prolonga en el tiempo (depresión), no obstante, tengo mis dudas de si realmente es algo tan improductivo. Los cantantes toman esos sentimientos y los transforman en canciones: ellos repletan estadios y amasan grandes fortunas. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que se atreven a decir lo que todos sentimos, pero no nos atrevemos a decir.

Por otro lado, religiosos y políticos, que son los íconos de las normativas, no convocan a las masas ni llaman a grandes conglomeraciones hoy en día. ¿Por qué? Están totalmente reprimidos. Sus palabras apenas se oyen. Están llenos de reglas y protocolos, por eso ya no se les logra escuchar. Nadie hoy quiere ser político ni pertenecer a alguna religión porque aquellos que pronuncian los discursos lo hacen de acuerdo a un sistema maquinario, automatizado y estudios de marketing.  Afuera quedó la autenticidad y la vida misma.

Mi llamado entonces es a que no censuremos lo que sintamos. Todos hemos sentido tristeza y amargura. Lo que hagamos con esas emociones será lo que nos determine como personas, pero el sentir no debería tener un juicio moral, tampoco el decir lo que se siente. No se trata de que si estamos enojados vayamos y matemos a alguien, pero sería mucho más útil si, en vez de reprimir esa emoción, fuéramos y le dijéramos a esa persona por qué estamos molestos. Probablemente se llegaría a un acuerdo.

Las emociones son parte del alma, hoy estamos amputando los brazos y piernas del alma al no aceptar nuestros sentimientos. Es mejor que dejemos aquella creencia de que los sentimientos son malos per se. Empecemos a usarlos para el bien y aprovecharlos, tal cual nos sirven nuestros brazos para sostener a una persona que rescatamos o nuestras piernas para caminar, correr y practicar deporte. Los sentimientos son partes fundamentales del alma, no las inutilicemos sin motivo. 

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