El nombre Vincent (Vicente) deriva del latín Vincentius que proviene de vincere. El nombre significaría entonces “el que vence” o “el que conquista”. Este nombre tenía el gran pintor holandés post-impresionista (Vincent van Gogh: 1853-1890) que murió a los 37 años producto de una herida de bala, la cual se dice que fue auto infligida aunque nunca se encontró el arma. (Yo me inclino a pensar que lo mataron). Pocos conocen su vida y hay bastantes mitos circulando acerca de él. Pocos saben que fue pastor y estudió teología, por ejemplo.
Hay un grupo musical llamado “La oreja de Van Gogh” haciendo alusión al lamentable episodio en que Vincent tomó un cuchillo en estado de ebriedad y se cortó parte de la oreja cuando había quebrado un estudio que había comenzado junto a Gauguin y estaba lejos de la fe cristiana debido a numerosas decepciones. Estas decepciones en la fe incluyen a su ex tutor de enseñanzas cristianas quien le habría impedido acercarse a su hija de la cual Van Gogh estaba enamorado porque no habría tenido los medios para mantenerla y ni siquiera mantenerse él mismo. El cortarse la oreja también fue precipitado debido a la arrogancia de Gauguin, puesto que nunca quiso ver como un igual a Van Gogh [1].
Pero volvamos a la banda. Específicamente, a uno de sus mayores éxitos llamado: “Deseos de cosas imposibles”. La letra dice así (extracto):
Igual que el poeta que decide trabajar en un banco
sería posible que yo en el peor de los casos
le hiciera una llave de judo a mi pobre corazón
haciendo que firme llorando esta declaración:
Me callo porque es más cómodo engañarse.
Me callo porque ha ganado la razón al corazón (…)
Igual que el mendigo cree que el cine es un escaparate,
igual que una flor resignada decora un despacho elegante,
prometo llamarle amor mío al primero que no me haga daño
y reír será un lujo que olvide cuando te haya olvidado.
Podemos darle diferentes interpretaciones a esta letra. Yo me enfocaré a los artistas (no famosos), quienes actualmente son unos de los grupos más olvidados y postergados de la sociedad.
¿Cuántos poetas conocen ustedes que trabajen en bancos? Yo conozco muchos. Personas que tienen un talento increíble para pintar, dibujar, cantar, etc. y deben trabajar en algo que no les gusta, ya que los obligan sus padres, sus parejas, sus pastores, etc. Es como si pusieran un pez a correr maratones. A este tipo de personas, generalmente, les va mal en sus trabajos o estudios porque no están en su hábitat natural, el cual es la creación, la belleza, la contemplación, el pensamiento divergente.
Lanzo una hipótesis ahora. ¿Cuántas de las personas que diagnostican como depresivas en consultas lo serán realmente? ¿No será que no encuentran un lugar en el mundo debido a la estrechez de pensamiento del mundo laboral? ¿No será que se hacen una llave de judo a su corazón? ¿No será que muchos de los depresivos son solo personas muy sensibles y contemplativas? Estas características no sirven cuando se necesita producir plástico para envasar botellas o vender polerones, pero son aptitudes muy útiles si uno quiere ser artista. Tal vez no son depresivos, sino solamente melancólicos. Pero muchas veces, debido a que no es propicio para la productividad de las empresas, la sociedad prefiere truncar estas características meditativas y talentos y transforma a las personas en cosas que no son a través de pastillas que los “activan” artificialmente.
Nos concentramos en apoyar a nuestros alumnos, hijos o amigos cuando quieren ser abogados, médicos o ingenieros. Les decimos que den la batalla para surgir, para sobresalir, para salir adelante. En cambio, si un poeta quiere empezar a escribir un libro le dicen que es “lindo” que escriba, pero que lo deje como su hobby. Le dicen que no podrá vivir de eso. Pero se lo dicen antes de que la persona lo intente. No le permiten el derecho a soñar o a atreverse.
En ese sentido, creo que Vincent Van Gogh le hizo un gran honor a su nombre. En sus últimos años de vida produjo miles de obras, las cuales hoy se exhiben en los museos más prestigiosos del mundo. Hoy sus obras valen mucho más que el sueldo de un poeta en un banco. Creo que, finalmente, Vincent triunfó. Logró trabajar en lo que más amaba y se convirtió en el primer pastor-artista de la historia: una combinación que rara vez se ve en estos tiempos con gente materialista, ciega a la belleza y el talento. Incluso me atrevo a pensar que en sus últimos dos años de vida (sus años más prolíficos en el área artística) se reconcilió con Dios y la fe.